Encanto: cuando la magia no está en los dones, sino en sanar lo que no se dice

Si hay una película reciente que se mete directo al corazón de cualquier familia —y de paso, al subconsciente de medio continente— es Encanto. Porque sí, hay mariposas, flores que brotan con un chasquido y techos que se reconstruyen solos, pero también hay silencios que gritan, expectativas que pesan más que una casa entera, y heridas emocionales que se heredan como si fueran parte del ADN.

Encanto no es un cuento de hadas. Es un retrato simbólico y profundamente emocional de cómo operan los vínculos familiares, especialmente en contextos marcados por el trauma, la migración y la necesidad de sobrevivir. La familia Madrigal no solo es mágica, es también una familia que carga con una historia no resuelta. Y desde la psicología, este es un campo de estudio cada vez más reconocido: la transmisión intergeneracional del trauma.

La abuela Alma, la matriarca que guía —o más bien, dirige— la vida de todos, es una mujer que ha vivido el horror de perderlo todo y, como muchas personas que han pasado por experiencias dolorosas, construye una identidad familiar alrededor de la supervivencia. El problema es que, cuando el dolor no se elabora emocionalmente, se transforma en control. Y es ahí donde comienza el desequilibrio emocional del sistema familiar. Porque la abuela no es «mala»: es una mujer que no ha tenido permiso de sentir, de detenerse, de llorar. Y eso se refleja en cómo educa.

Desde un enfoque sistémico, podríamos decir que cada miembro de la familia Madrigal ocupa un rol funcional dentro del sistema emocional que Alma instauró: Luisa, la fuerza; Isabela, la perfección; Bruno, el chivo expiatorio; y Mirabel, la que no encaja. Y aquí es donde la cosa se pone buena, porque Encanto permite hablar con nuestros hijos y nuestras hijas de un tema crucial: el valor no está en lo que hacemos, sino en lo que somos.

Luisa, por ejemplo, simboliza la sobrecarga emocional. Su canción “Surface Pressure” es un grito de auxilio disfrazado de ritmo pegajoso. Ella representa a todos esos niños y niñas (y adultos) que creen que si no hacen, no valen. Que si no cargan con los problemas de todos, no son importantes. Es la metáfora perfecta del niño cuidador, del que aprende desde muy pequeño que debe ser fuerte para merecer amor.

Isabela es otra joya de análisis: ella es la niña “perfecta”, la que no puede equivocarse, la que florece en línea recta. Su conflicto no es con los demás, es con el deseo ajeno que ha internalizado como propio. Y cuando por fin se libera de eso, sus plantas se vuelven salvajes, torcidas, coloridas. Se vuelve auténtica. Isabela es la metáfora de aquellos niños y niñas que aprenden a agradar en lugar de expresarse, que se reprimen para cumplir con lo que “se espera” de ellos.

Y luego está Bruno… ay, Bruno. El silenciado, el incómodo, el que ve verdades que nadie quiere mirar. En muchas familias, hay un Bruno: esa persona que señala lo que está mal, que dice lo que nadie quiere oír, y que por eso es excluida. Pero, desde un punto de vista psicológico, Bruno no es el problema. Es el síntoma. Y su desaparición representa cómo algunas familias prefieren esconder el conflicto en vez de hablarlo.

En medio de todos ellos está Mirabel, la niña sin don… o eso cree ella. Su viaje es el de tantas infancias que sienten que no brillan como deberían, que no tienen un talento especial, que no son “suficientes”. Pero Mirabel también es la esperanza: representa la posibilidad de romper el ciclo, de mirar con otros ojos, de sanar lo que ha sido negado. Desde el enfoque de la psicología humanista, Mirabel sería la agente de cambio, la que busca autenticidad, conexión y sentido.

Encanto es también una historia sobre el poder de las emociones no validadas. La familia Madrigal no se cae porque se acabe la magia. Se cae porque sus miembros dejaron de verse, de escucharse, de entenderse. Y se reconstruye cuando se permiten mirar el dolor, abrazarlo, y caminar juntos hacia algo nuevo. Este mensaje, cargado de simbolismo, puede ser una herramienta poderosa para conversar con nuestros hijos sobre las emociones difíciles, sobre lo que no se dice, sobre la importancia de hablar, pedir ayuda, o incluso llorar.

Y por si fuera poco, la película nos ofrece un modelo familiar profundamente latinoamericano: multigeneracional, ruidoso, lleno de roles muy marcados, con secretos familiares que todos saben pero nadie menciona. Encanto nos invita a revisar nuestros propios mandatos, a preguntarnos si estamos criando niños que se sienten vistos o niños que se sienten útiles. Nos invita a dejar de exigir dones y empezar a mirar corazones.

Rapunzel: una torre, un trauma capilar y el largo camino hacia la libertad emocional

Rapunzel no es solo la dueña del pelo más largo de los cuentos. Es, sobre todo, la prueba viviente de que a veces nuestros niños necesitan salir de la torre —metafórica o literal— para descubrir quiénes son más allá de lo que los adultos han decidido por ellos. Porque sí, más allá de la trenza mágica, esta historia habla sobre el control, la autonomía, el miedo al mundo exterior y el poder de tomar decisiones por cuenta propia… incluso cuando la tijera emocional está oxidada.

Desde el imaginario infantil, Rapunzel toca un punto crucial: la curiosidad por el mundo y el deseo de explorarlo, a pesar de que los adultos a veces insisten en proteger (o sobreproteger) tanto que lo que era cuidado se convierte en encierro. Para muchos niños, Rapunzel es esa voz interior que les dice “hay algo más allá de lo que conozco”, y es también la sensación de que crecer significa empezar a mirar más allá de las paredes familiares (incluso si esas paredes son de piedra medieval y están rodeadas por brujas con issues de apego).

Madre Gothel, la bruja «mamá» que la encierra, representa ese tipo de adulto que cuida desde el miedo, que no confía en la autonomía infantil y que prefiere tener control que criar con libertad. No lo hace cantando “Madre sabe más” porque sí: es una metáfora de esas relaciones en las que los niños sienten que no pueden expresar sus deseos porque van a ser descalificados, minimizados o transformados en culpa. El clásico “¿y tú qué vas a saber si apenas eres un niño?” en versión musical de Disney.

Pero Rapunzel —con todo y su ingenuidad encantadora— es una niña que escucha su intuición. Aunque ha vivido toda su vida encerrada, siente que hay algo más, que necesita salir, explorar, equivocarse, probar, confiar y descubrir por sí misma. Y eso es algo fundamental para los niños: saber que está bien tener dudas, sentir curiosidad, cuestionar lo que siempre se les ha dicho, y buscar su propia voz… incluso si esa voz primero suena bajito.

Y sí, está el romance. Porque a Rapunzel no solo la salva el amor (spoiler: el amor no salva si uno no quiere salvarse primero), sino que se permite confiar en otro, abrirse, arriesgarse. Rapunzel nos muestra que el vínculo con los otros puede ayudarnos a mirar el mundo desde otra perspectiva, que la conexión humana es clave para el crecimiento emocional… y que también está bien dejarse caer en los brazos de alguien si antes te has parado en los tuyos.

Este cuento es una oportunidad hermosa para hablar con nuestros hijos sobre la libertad, los límites sanos, la confianza en uno mismo y en los otros. Nos permite conversar sobre cómo acompañar sin encerrar, cómo enseñar sin controlar, cómo cuidar sin cortar las alas (ni el cabello). Porque los niños no necesitan una torre para estar seguros; necesitan adultos que les den herramientas para habitar el mundo con autonomía y amor propio.

Así que la próxima vez que tu hijo o hija se quede mirando por la ventana, soñando con linternas flotantes o preguntándote qué hay más allá del jardín, no te asustes. Escucha, acompaña y recuerda: todas las Rapunzeles merecen una oportunidad para bajar de la torre, vivir su propia aventura… y, si quieren, cortarse el pelo sin pedir permiso.

Winnie the Pooh: un osito de peluche, muchas emociones y una alacena llena de miel (y metáforas)

Winnie the Pooh no necesita presentación: es ese osito amarillo, de panza redonda y voz dulce, que se pasa la vida buscando miel y metiéndose en líos más por despiste que por maldad. Y aunque a primera vista parezca una historia simple, tejida entre picnics, globos y madrigueras, lo cierto es que este cuento (y todo el Bosque de los Cien Acres) está lleno de pequeñas joyas emocionales que conectan profundamente con la infancia.

Lo primero que hay que decir es que Winnie the Pooh es, en esencia, un mapa emocional. Cada personaje representa una emoción o rasgo de personalidad que los niños (y los adultos también, seamos honestos) experimentan a diario. Pooh es la ternura y la simplicidad, claro, pero también es la necesidad de conexión, la búsqueda de consuelo en cosas conocidas —como su amada miel— y ese deseo infantil de que todo esté bien si tengo a mis amigos cerca.

Y hablando de amigos, no hay historia más rica para hablar de la diversidad emocional que esta. Tigger es energía pura, un niño con motorcito que no se apaga ni en la siesta; Piglet es la ansiedad hecha cerdito, con su ternura, sus dudas y ese miedo constante de hacerlo mal; Ígor es la melancolía, ese burrito que siempre parece bajo la nube gris, pero que sigue presente y querido; Conejo es el controlador, el que necesita orden para sentir seguridad; y Kanga y Rito son el vínculo madre-hijo en acción: protección, juego y amor envueltos en una bolsa marsupial.

Lo maravilloso de este universo es que ninguno de estos personajes necesita “curarse” o cambiar para pertenecer. Todos son aceptados como son, con sus emociones a flor de piel, sus rarezas, sus enredos internos. Y ese mensaje es fundamental para los niños: no necesitas ser perfecto para ser querido. Puedes ser temeroso, ruidoso, distraído o hasta medio gruñón, y aún así tener un lugar en el grupo, en el bosque, en el corazón de tus amigos.

Winnie the Pooh nos permite hablar con los más pequeños sobre cómo se sienten, y ponerle nombre a esas emociones. Es como tener una pequeña enciclopedia emocional en forma de cuento suave y abrazable. Leerlo con ellos nos abre la puerta para conversar sobre lo que sienten cuando están tristes como Ígor, ansiosos como Piglet o hiperactivos como Tigger. Es una invitación a decir: “yo también me siento así a veces”, y crear un puente emocional desde el juego y la ternura.

Además, el ritmo pausado de las historias, la naturaleza como escenario y la importancia del tiempo compartido hacen de Pooh una oda a lo esencial: estar presentes, escucharnos, darnos tiempo para sentir. Porque en un mundo donde todo va rápido y queremos que los niños “maduren” a toda velocidad, llega este osito a recordarnos que la vida también es buena cuando es simple, lenta y dulce como la miel (sin que nos dé diabetes emocional, claro).

Peter Pan: crecer, volar y sobrevivir emocionalmente en calzoncillos verdes

Ese niño que no quería crecer y que, francamente, lo entendemos. Responsabilidades, impuestos, juntas de padres de familia, «ya no hay galletas», ¿quién no quisiera quedarse para siempre en el país de Nunca Jamás con un par de hadas y una espada imaginaria? Pero detrás de esta historia mágica y voladora hay muchas capas que, desde la psicología infantil, nos permiten entender las emociones, fantasías y temores que acompañan a los niños cuando empiezan a enfrentarse al misterioso mundo de “hacerse grandes”.

Desde el imaginario infantil, Peter Pan es una oda al juego, a la libertad y a la imaginación sin límites. En Nunca Jamás, los niños vuelan, pelean contra piratas, tienen mascotas cocodrilo y comen sin lavarse las manos. ¿Qué más se puede pedir? Es el mundo donde las reglas adultas no existen. Pero justamente por eso, este cuento nos habla también de lo que implica huir del crecimiento, de evitar el dolor que trae madurar y de las emociones que surgen cuando se empieza a sospechar que tal vez, solo tal vez, hay cosas que duelen más que una pelea con el Capitán Garfio: como decir adiós a la infancia.

Peter no quiere crecer, pero no es solo porque le da flojera pagar servicios públicos. Es porque crecer significa perder cosas: la capacidad de jugar sin restricciones, la ilusión de que el mundo gira a nuestro alrededor, el derecho a equivocarse sin consecuencias. Muchos niños —sobre todo en etapas de cambio o crisis— se identifican profundamente con esa resistencia. Peter Pan se convierte en ese personaje que les dice: “no estás solo en esto de querer quedarte en el mundo donde todo es posible”.

Y ahí entra Wendy, quien representa ese puente entre el juego eterno y la vida con estructura. Ella no lo dice con esas palabras, pero básicamente es la voz de la madurez emocional: la que cuida, la que escucha, la que enseña a los Niños Perdidos que también hay espacio para los vínculos, el afecto y (respiremos profundo) las responsabilidades. Wendy no deja de ser niña por cuidar, ni deja de jugar por asumir un rol más protector. Ella es la prueba viviente de que crecer no significa dejar de soñar, sino aprender a aterrizar un poco… aunque sea en una nube.

Y hablando de emociones, ¿qué es Campanita sino la encarnación de los celos, el ego, la lealtad y los enredos internos de cualquier niño (y adulto)? Ese personaje tan chispeante como explosivo nos recuerda que sentir muchas cosas a la vez es normal, y que el amor no siempre es simple ni lineal. Como buena hada, es volátil y desbordada, justo como muchas emociones que los niños todavía no saben nombrar pero sí sienten con toda la intensidad del universo.

Peter Pan nos permite hablar con los niños sobre la importancia del juego, sí, pero también sobre los cambios, los miedos, los vínculos y las decisiones. Porque aunque Peter vuela sin crecer, la mayoría de los niños sí tendrán que hacerlo. Y nosotros, como adultos acompañantes, tenemos el desafío de hacer que ese viaje no sea tan aterrador como el del Jolly Roger, sino más parecido a una aventura con escalas entre la ternura, la paciencia y mucho acompañamiento.

Al final, Peter Pan nos enseña que volar no es solo cosa de hadas: es también una metáfora preciosa sobre la imaginación, la libertad emocional y la búsqueda de un lugar donde uno se sienta amado, seguro y acompañado. Y si tenemos que crecer (que sí, ni modo), ojalá sea con un poquito de polvo de hadas, una pizca de juego, y muchos adultos que sepan que crecer no es dejar de ser niños… sino aprender a recordarlo con más amor que nostalgia.

Hansel y Gretel: migajas, miedos y mucha astucia en el bosque de la infancia

Ah, Hansel y Gretel. Ese cuento que nos contaban de pequeños y que, si lo pensamos bien, es todo menos relajante. Dos niños abandonados en el bosque, una casa hecha de dulces, una bruja con problemas serios de límites personales y un horno como amenaza constante. Y sin embargo, generación tras generación seguimos leyéndolo. ¿Por qué? Porque debajo de esa superficie tan intensa, hay mucho más que un cuento para asustar: hay una aventura psicológica sobre la astucia, la resiliencia y el valor de los vínculos familiares.

Desde los ojos de un niño, Hansel y Gretel es pura tensión emocional y fascinación sensorial. Una historia donde el bosque representa el miedo a lo desconocido (ese lugar donde papá y mamá ya no están) y donde el peligro se disfraza de caramelo. Porque claro, ¿qué puede ser más tentador que una casita hecha de galleta y azúcar glas? Es como si alguien hubiera metido un parque de diversiones en medio del trauma.

Pero este cuento no solo despierta el hambre (emocional y literal), sino que activa muchos de los grandes temas del desarrollo infantil. Por un lado, la confianza en uno mismo: Hansel y Gretel tienen que encontrar el camino de regreso en un mundo que se siente hostil, tomar decisiones, equivocarse, volver a intentar. Por otro lado, la relación entre hermanos se vuelve el motor de la historia: se cuidan, se salvan, se apoyan, y eso en la infancia es oro puro. Los cuentos donde los adultos no cumplen su rol protector —como en este caso— permiten que los niños fantaseen con que, incluso en el abandono, pueden encontrar recursos propios para salir adelante.

Y hablando de adultos… qué decir de la bruja. Un personaje que en el imaginario infantil representa el peligro disfrazado de dulzura. Es como ese comercial de dulces que te promete felicidad pero no te dice que después viene la hiperactividad y el dolor de estómago. La bruja es controladora, manipuladora, y por supuesto, peligrosa. Pero lo maravilloso del cuento es que no tiene la última palabra: es vencida por la inteligencia y la valentía de Gretel, quien toma la iniciativa y demuestra que los niños también pueden ser protagonistas activos de su propio destino.

¿La moraleja? Que no todo lo que brilla (o en este caso, lo que se derrite con el calor) es seguro. Que crecer implica enfrentar miedos, y que, a veces, hay que dejar de seguir migajas ajenas y aprender a trazar nuestro propio camino, aunque sea entre árboles gigantes y amenazas disfrazadas.

Hansel y Gretel nos muestran que los niños tienen una capacidad impresionante de adaptarse, de sobrevivir emocionalmente y de cuidarse entre ellos. Es un cuento que, más allá de su estética sombría, nos permite conversar con los niños sobre el miedo, la confianza, el peligro y la importancia de la unión.

Así que sí, puede parecer un cuento oscuro, pero en el fondo es una metáfora poderosa del desarrollo emocional infantil. Y un recordatorio para nosotros, los adultos, de que muchas veces lo que los niños más necesitan no es un camino de migas… sino una mano que los acompañe en su aventura por el bosque.

Cuentos sobre valores: Igualdad

Algunos candidatos sentados, otros de pie, eran demasiados, unos frente a otros, luchaban por esas tres vacantes que tenía la empresa, mientras esperaban a ser llamados una gran cantidad de personas miraban su celular, otros revisaban su hoja de vida, otros con los ojos cerrados, otros simplemente sentados allí pero sin mirar específicamente a nadie, algunos pocos llevaban libros para leer y pasar el rato mientras les llegaba el turno de la entrevista, solo Manuel y Mariana se miraron, sonrieron, cada que sus miradas se encontraban volvían a sonreír, no solo sentían nervios de la entrevista, sino de esos encuentros de miradas que cruzaban, sus sonrisas se perfilaban en sus labios. En las entrevistas estaban entrando de a tres personas, pasó primero Manuel junto con otras dos personas, cuando salió miró a la joven y le dijo suavemente ¡éxitos! Ella con una sonrisa le agradeció.  Los días pasaron y Mariana fue citada a la empresa para laborar, necesitaban tres pasantes en producción, cuando ella llegó ¡oh! Sorpresa Manuel también estaba allí presente, fue mucha su alegría al versen, desde ese día se hicieron grandes amigos, con los meses Mariana se dio cuenta que le pagaban menos salario que sus otros dos compañeros, debía hacer igual trabajo que ellos, en el mismo tiempo; cuando fue a la oficina de personal a preguntar por qué a ella le estaban dando menos dinero, la jefa le respondió que era por ser mujer, no tenían la misma escala salarial los hombres y las mujeres, indignada por no ser tratada en igualdad decidió renunciar, cuando informó a su amigo Manuel lo que había sucedido, él decidió apoyarla y también se fue de esa empresa.  Ambos pese a sus necesidades renunciaron era una manera de protestar, ambos querían ser tratados en igualdad, sacar la mejor versión de cada uno.  Los dos no duraron mucho tiempo desempleados, fueron a empresas donde los reconocieron por su capacidad, trataban igual hombres y mujeres.

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Cuentos sobre valores: Dignidad

Las dos amiguitas de Yumi le decían que si las nuevas compañeras preguntaban de dónde eran jamás contaran que, del campo, ellas sentían eso como una deshonra, además no querían sentirse menos que sus compañeras, para ellas era importante tener el mismo nivel, ósea citadinas, y ser incluidas sin dificultad.  Tomasa y Celina cuando la maestra les dijo que se presentaran y de dónde venían ellas dijeron que eran de una gran ciudad, no hubo reacción por parte de los compañeros, cuando llegó el momento de Yumi de presentarse les dijo con mucho orgullo que había nacido y vivido en el campo, sus padres eran recolectores de café y plátano.  Eso fue mágico, los compañeros del salón la miraron con agrado y una de las compañeras dijo a su maestra si podían hacer preguntas, ella lo permitió, esa mañana todas las inquietudes fueron para Yumi, querían saber cómo era vivir en el campo, si sabía sembrar café, que era lo que más extrañaba del campo, si la habían acogido bien en la ciudad, en fin, entre pregunta y respuesta se les fue toda la mañana.  Cuando llegó la hora del descanso se fueron donde ella para invitarla a salir, y fue una de las niñas que hizo más fácilmente amigos.  Sus compañeras a la salida un tanto molestas, le dijeron que por que no había dicho lo mismo que ellas y Yumi respondió:  Mis padres me enseñaron a sentirme orgullosa de mi origen, me siento digna de ser campesina, nosotros aportamos mucho a la sociedad, llevamos alimentos a las mesas de las personas, entonces, ¿por qué debo callar si me siento feliz de ser quien soy? Celina y Tomasa la miraron y se sintieron apenadas con su amiga Yumi, a partir de ese instante nunca más volvieron a negar su origen y donde sea que iban lo decían con mucha dignidad.

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Cuentos sobre valores: Paz

El papá lo llevó hasta la ducha casi entre dormido, “monito” como le decía por cariño ¡ayúdame! sino tú vas a llegar tarde a la escuela y yo al trabajo, sin embargo, al niño le costaba mucha dificultad despertarse completamente, siempre como de costumbre el papá lo ayudaba a bañar, el niño con seis años,  cursaba primero de primaria, pese a eso el padre lo bañaba, secaba y vestía, luego le preparaba el desayuno, mientras el niño comía sus alimentos, su papá se bañaba y organizaba, cuando llegaba al comedor alcanzaba a cucharear el alimento de Monito, ya que era muy lento para comer, realmente se tomaba su tiempo, lo más formidable de este padre era su paciencia y amor.  La madre del niño, llevaba fallecida tres años de una enfermedad grave, apenas contaba con tres años cuando su madre se fue de este plano.  El padre se hizo cargo de su hijo y lo hacía a las mil maravillas, aunque aún extrañaba a su “monita” como le decía a su esposa de cariño.  El niño mientras terminaba le dijo a su padre: mira papá te voy a contar por si te ponen la queja mis profesoras, hoy Bolaños me vuelve a molestar y yo no respondo.  El padre sorprendido le preguntó que sucedía, y Monito dijo: Bolaños cada que me ve, dice que soy el novio de Nina, y ya le dije que no es mi novia, papá yo lo hice en paz, pero Bolaños quiere la guerra conmigo, así que a partir de hoy también le voy a declarar la guerra.  El padre lo miró sorprendido y le dijo mira Monito para pelear se necesitan dos personas, simplemente cuando te diga eso lo ignoras y ya, además tu sabes que esa no es la verdad.  El niño lo miro con lagrimas en los ojos y le dijo a mí me molesta que Bolaños me diga eso, y como me molesta siento que me da mucha rabia, es más te cuento que las orejas se me ponen rojas, por eso hoy definitivamente no iré a la escuela sino a un campo de batalla.  El padre soltó una carcajada y le dijo ¡ay hijito! ¿quién te está enseñando esas cosas?  Monito saltó inmediatamente de la silla y lanzó un puño al aire y una patada para mostrar el despliegue de fuerza que mostraría a Bolaños, mejor dicho, llevaba toda su artillería.  No, Monito, no estas autorizado de mi parte para hacerlo, como que voy a tener que controlarte la televisión, esos animes que vez te tienen muy alebrestado. Te haré una pregunta y sabes que tenemos un pacto muy fuerte que nada en el planeta tierra lo puede soltar y es siempre decirnos la verdad, así que dame tu dedito y por papá-hijo, contéstame ¿Te parece linda Nina?, Monito abrió nuevamente sus ojos grandes y le dijo papá es un secreto, sí me parece muy bonita.  Entonces ahí tienes la respuesta, realmente Bolaños te está diciendo la verdad por eso estas tan molesto, pues te diré una salida, cuando él te diga nuevamente eso, dile que sí y ya se acaba la guerra y vuelven a estar en paz. Además, Monito quien cuenta que salgas del colegio hoy con novia para que tengas con quien jugar y correr al descanso.  Monito lo miró y dijo papá te haré caso.  Efectivamente Monito a partir de ese día tuvo compañerita de juego y Bolaños dejó de molestarlo.  Nuevamente la paz volvió al colegio.

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Cuentos sobre valores: Sencillez

Por fin aterrizó el avión privado al aeropuerto, con tan anunciada y esperada visita, en las afueras estaba atestado de personas, ni una aguja más cabía, el lugar acordonado de punta a punta, guardaban la esperanza al menos de ver un cabello de su ídolo o respirar su mismo aire, los policías motorizados al costado de veinte camionetas con vidrios polarizados, la gente gritaba a todo pulmón “Ronald te amamos”, lo que nadie se esperaba es que el más famoso futbolista del mundo llevara los vidrios de su camioneta abajo y desde adentro se despedía de la gente con la mano y una sonrisa, todo el mundo eufórico por esa estrella tan cercana no solo en presencia sino en su corazón.  Cuando llegó al hotel todo el personal lo saludaba y él tan sencillo, cercano, sin tantas ínfulas de ídolo, tomó la iniciativa de acercarse a la gente a darles autógrafos, obvio no podían faltar las fotos, pese al cansancio que traía y al poco tiempo que le quedaba para recuperarse para el juego, lo hacía con todo el fervor y sencillez que lo caracterizaba y más cuando de su público se trataba.  Los periodistas hicieron un despliegue de su carisma y sencillez, remarcaban que no era una persona de muchas exigencias.  En el partido se le observó conversando de forma muy amigable con sus contendores, se había ganado entre la gente el apodo de “Luz propia”, empieza el partido, con toda la entrega y pasión que lo caracterizaba dio como siempre lo mejor de sí.  El estadio ovacionando a tan excelente jugador, y el jugador aplaudiendo a su público, definitivamente un día inolvidable para niños y adultos, agradecían por esa experiencia, todos salían sorprendidos de la sencillez de este jugador de índole mundial que brillaba con luz propia.

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Cuentos sobre valores: Decisión

¡Jeremías¡ le dijo la madre al joven, te organicé la cita con la hija de mi compañera, pienso que ya es hora de que salgas y conozcas a alguien, no pretenderás quedarte encerrado acá, y si no sales cómo crees que vas a conocer una mujer.  Ya te dije que no tengo intenciones de salir con nadie en este momento, espero aprendas a respetar mis decisiones mamá.  Lo siento Jeremías ya comprometí mi palabra con ella y a mí no me harás quedar mal.  Mamá nuevamente te dije, no me interesa y ya tomé mi decisión.  La madre lo miró y antes de salir del cuarto dijo: a las dos de la tarde te espera, ahora te envío la dirección del encuentro y se fue.  Jeremías organizó su morral, su camping y se marchó, quería tiempo para pensar sobre su vida y que lo hacía feliz. Ya en el campo el joven tuvo tiempo para pensar, para él era importante enfrentarse a él mismo, dejar sus miedos, reconocerse, equilibrar su ser; disfrutando del aire puro, las montañas, las flores, soplar las flores de diente de león, hacía que sintiera envidia de la flor, volaba libre con el viento, no habían cargas, sólo era, observaba los pájaros sueltos en el cielo, volaban, cantaban y se dirigían donde ellos quisieran sin preocupaciones, disfrutaba el agua del río, puramente fluía y él también quería sencillamente fluir sin que nada detuviera su cauce, esos cuatro días de soledad y silencio fueron suficientes para que él tomara la decisión, agarró sus cosas y retorno a su casa, allí encontró a sus padres reunidos quienes estaban molestos por no haber llegado a la cita con la joven. 

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