La crianza de gemelos o mellizos

Si ser padre ya es un reto digno de un reality show de supervivencia, criar gemelos o mellizos es básicamente jugar en modo experto con la pantalla dividida. Desde el momento en que descubres que hay dos (o más) corazones latiendo en el ultrasonido, la gente empieza a hacer preguntas y suposiciones como si fueran expertos en el tema: «¿Los vas a vestir igual?», «¿Tienen el mismo carácter?», «¿Quién es el líder y quién sigue?». Como si compartir ADN significara compartir la personalidad, los gustos y hasta el destino.

Crecemos con la idea romántica de que los gemelos son dos mitades de un todo, almas gemelas desde la cuna que piensan y sienten lo mismo. Y aunque la conexión entre hermanos puede ser maravillosa, hay algo que a menudo se pasa por alto: cada niño es un individuo. Incluso si nacieron el mismo día, incluso si se parecen la misma gota de agua, incluso si tienen un idioma secreto que los adultos no pueden descifrar.

Desde el primer día, los padres de gemelos y mellizos enfrentan un reto extra: fomentar su individualidad en un mundo que insiste en verlos como un paquete de dos por uno. A veces, sin darnos cuenta, reforzamos esta idea con detalles pequeños pero significativos: llamarlos «los gemelos» en lugar de por su nombre, comprarles la misma ropa, inscribirlos en las mismas actividades o asumir que, porque a uno le gusta el fútbol, al otro también le encantará.

Pero aquí está la realidad: cada niño, incluso si comparte genética y una habitación con su hermano, tiene su propia voz, su propio ritmo, sus propios gustos y sus propias esperanzas. Y reconocerlo no es solo importante, ES ESENCIAL. Darles espacio para desarrollar sus propios gustos, respetar sus diferencias y permitirles tomar decisiones individuales es un regalo que los acompañará toda la vida. Es recordar que ser gemelo no es una identidad en sí misma; es solo una parte de quienes son.

Por ejemplo, algunos gemelos pueden tener personalidades opuestas: uno extrovertido y el otro más reservado, uno amante de los deportes y el otro apasionado por la música. Y lo más curioso es que, aunque muchas personas los vean como una unidad, ellos mismos pueden sentir la necesidad de diferenciarse entre sí. Es común que los hermanos gemelos, al llegar a la adolescencia, busquen definir su identidad de manera más marcada.

Los padres juegan un papel fundamental en este proceso. Crear momentos de individualidad dentro de la rutina es clave. Permitir que cada uno tenga su propio espacio, sus propias amistades, sus propios intereses, sin la presión de encajar en un molde predeterminado. También es importante evitar la comparación constante entre ellos. Frases como «tu hermano lo hace mejor» o «deberías aprender de él» pueden generar sentimientos de competencia innecesaria y afectar la autoestima de ambos. Compararlos puede hacer que se sientan presionados a cumplir con estándares ajenos en lugar de explorar y aceptar sus propias fortalezas. Después de todo cada niño tiene su propio ritmo de aprendizaje, su propia manera de procesar el mundo y sus propios talentos. Valorar sus logros individuales sin ponerlos en contraste con los de su hermano les permite desarrollarse con confianza y sin el peso de una rivalidad impuesta.

Y sí, puede que haya días en los que sea más fácil tratar todo en conjunto—porque la logística de criar dos niños de la misma edad es un caos en sí mismo—pero el esfuerzo extra de verlos como individuos vale la pena. Porque al final del día, lo más valioso que puedes darle a un hijo (o a dos al mismo tiempo) es la certeza de que es visto, escuchado y amado por quien es.

Así que si eres padre de gemelos o mellizos y te preguntas si estás haciendo lo correcto, aquí tienes una pequeña brújula: pregúntate si los estás criando como una unidad o como dos personas únicas. Y si alguna vez dudas, recuerda esto: no se trata de separarlos, sino de permitirles ser quienes son. Porque el mejor regalo que puedes darles no es solo un hermano con quien compartir la vida, sino la libertad de ser ellos mismos. Al final del día, lo importante no es que sean «los gemelos Pérez» o «los hermanos García», sino simplemente ellos, con su propio nombre, su propia esencia y su propio camino.

La frustración en el colegio

Si la infancia tuviera una lista de experiencias inevitables, la frustración escolar estaría en el top 5, junto con las rodillas raspadas y las peleas por quién juega primero con el balón. Desde pequeños nos enseñan que las notas son el reflejo de nuestro esfuerzo, nuestra inteligencia y, para algunos padres, incluso nuestro valor como personas. No importa si has aprendido algo valioso en el proceso, si el resultado no es un 10 (o un A+ para los más internacionalizados), lo primero que escuchas es: «¿Por qué no sacaste más?»

El problema no es solo la exigencia académica, sino la imposición de la perfección como única meta válida. Crecemos con la idea de que equivocarse es fracasar, que todo lo que no sea «excelente» es insuficiente y que, si te esfuerzas lo suficiente, deberías poder hacerlo todo bien, siempre. Spoiler: esto no es cierto. Y, sin embargo, aquí estamos, viendo a niños y adolescentes angustiados porque un 8 en matemáticas los hace sentir menos capaces que Einstein o porque un comentario rojo en su ensayo parece un juicio a su existencia misma.

El perfeccionismo no es solo una cuestión de querer mejorar; es el miedo constante a decepcionar, a no ser suficiente, a no cumplir con las expectativas de unos padres que, aunque tienen buenas intenciones, a veces olvidan que sus hijos no son robots programados para el éxito automático. Frases como «tienes que ser el mejor», «siempre puedes hacerlo mejor» o «¿por qué no eres como tu primo que siempre saca 10?» se clavan como dardos en la autoestima de los niños, dejando una marca difícil de borrar.

Pero aquí está la gran ironía: el aprendizaje real no ocurre en la perfección, sino en los errores. La frustración de no lograr algo a la primera no es un fracaso, es parte del proceso. Y, sin embargo, muchos niños crecen sin permiso para equivocarse. No porque no quieran hacerlo bien, sino porque sienten que su valor depende de ello. Como resultado, el miedo al error se convierte en parálisis, la ansiedad reemplaza la curiosidad y el colegio deja de ser un lugar para aprender y se convierte en un campo de batalla donde la única meta es ganar (o, en este caso, sacar la mejor nota).

Entonces, ¿qué podemos hacer como adultos para evitar que la frustración escolar se convierta en una sombra permanente? Primero, cambiar el discurso. En lugar de preguntar «¿Por qué no sacaste más?», podemos preguntar «¿Cómo te sentiste con lo que aprendiste?». En lugar de exigir la perfección, podemos valorar el esfuerzo y el progreso. Y, sobre todo, en lugar de hacer de las notas el centro de la vida escolar, podemos recordarles a los niños que son mucho más que un número en un boletín. También es importante fomentar un ambiente en el que se celebre el aprendizaje en sí mismo, en el que la curiosidad tenga más peso que la memorización y en el que se valore la creatividad y la capacidad de resolver problemas más allá de una calificación numérica.

Porque al final del día, lo que realmente queremos no es que saquen 10 en todas las materias, sino que crezcan con la confianza de que equivocarse está bien, que siempre pueden mejorar sin sentirse insuficientes y que su valor no depende de una calificación, sino de lo que son como personas. Si logramos que los niños asocien el aprendizaje con el crecimiento personal en lugar de con el miedo al error, les estaremos dando una herramienta invaluable para la vida. Y si alguna vez dudas sobre si estás exigiendo demasiado, recuerda esto: lo importante no es criar niños perfectos, sino niños felices, curiosos y seguros de sí mismos. Porque la verdadera excelencia no está en la nota final, sino en el amor por aprender sin miedo a fallar y en la capacidad de enfrentar desafíos con resiliencia y confianza en sí mismos.

La importancia de rodear a tus hijos de naturaleza

El contacto con la naturaleza es fundamental para el desarrollo de los niños. Permitirles interactuar con el entorno natural, explorar paisajes al aire libre y convivir con los animales les ayuda a desarrollar una relación sana y respetuosa con el mundo que los rodea. Además, contribuye a reducir el miedo hacia los animales y fomenta la empatía, la curiosidad y el respeto por otras formas de vida.

¿Por qué es importante que los niños crezcan en contacto con la naturaleza?

La exposición temprana a la naturaleza les permite a los niños conocer y comprender su entorno de una manera intuitiva y significativa. Cuando los niños crecen rodeados de plantas, ríos, montañas y animales, desarrollan una conexión emocional con la naturaleza que se traduce en una mayor sensibilidad ambiental y confianza en su entorno.

Beneficios de la interacción con la naturaleza y los animales

  1. Reduce el miedo y fomenta la confianza: Cuando los niños tienen experiencias positivas con animales desde una edad temprana, disminuyen los temores irracionales y aprenden a interactuar con ellos de manera segura y respetuosa.
  2. Desarrolla la empatía: Observar el comportamiento de los animales y cuidar de ellos ayuda a los niños a desarrollar habilidades de empatía y responsabilidad.
  3. Estimula el desarrollo sensorial y motor: Explorar la naturaleza a través del tacto, la vista y el oído estimula los sentidos y mejora la coordinación y el equilibrio.
  4. Fomenta la curiosidad y el aprendizaje: Conocer diferentes especies, sus hábitats y comportamientos despierta la curiosidad de los niños y promueve el aprendizaje sobre el mundo natural.
  5. Mejora la salud emocional y reduce el estrés: Estar en contacto con la naturaleza y los animales tiene un efecto calmante, reduciendo la ansiedad y promoviendo la relajación.

Consejos para acercar a tus hijos a la naturaleza y los animales

  • Visitar parques y reservas naturales: Explorar espacios al aire libre como bosques, playas y montañas permite a los niños descubrir la biodiversidad y sentirse cómodos en la naturaleza.
  • Incorporar mascotas en la familia: Tener una mascota puede ayudar a los niños a desarrollar responsabilidad, afecto y confianza en los animales.
  • Observar y aprender sobre la fauna local: Salidas al campo, visitas a granjas o actividades de observación de aves pueden hacer que los niños aprecien y respeten a los animales.
  • Fomentar la interacción respetuosa: Enseñar a los niños a acercarse a los animales con calma y sin agresividad les ayuda a establecer relaciones seguras y armoniosas con ellos.
  • Leer libros y ver documentales sobre la naturaleza: Contenidos educativos sobre animales y ecosistemas amplían el conocimiento y refuerzan la conexión con el mundo natural.

La importancia de leer un cuento antes de dormir con tus hijos

Leer un cuento antes de dormir con tus hijos es más que una simple actividad nocturna; es una experiencia de conexión que fortalece los lazos emocionales y estimula el desarrollo cognitivo. Establecer una rutina de lectura antes de dormir aporta múltiples beneficios que contribuyen al bienestar y desarrollo integral del niño.

¿Por qué es importante leer antes de dormir?

La lectura antes de dormir es una tradición valiosa que ayuda a los niños a relajarse después del día, fomentando el amor por los libros y el aprendizaje. Proporciona una transición tranquila y estructurada hacia el sueño, ayudando a establecer hábitos saludables. Además, representa un momento especial en el que padres e hijos pueden conectar a través de historias y la imaginación.

Beneficios de leer un cuento antes de dormir

  1. Fortalece el vínculo entre padres e hijos: Compartir un libro cada noche crea momentos de cercanía, confianza y comodidad, fortaleciendo la conexión emocional.
  2. Fomenta el desarrollo del lenguaje y la alfabetización: La exposición a nuevo vocabulario, estructuras de oraciones y narraciones mejora las habilidades lingüísticas del niño y promueve la alfabetización temprana.
  3. Impulsa el desarrollo cognitivo: Seguir una historia, predecir desenlaces y relacionarse con diferentes personajes ayuda a mejorar la memoria, la comprensión y el pensamiento crítico.
  4. Favorece el bienestar emocional: Los cuentos proporcionan un espacio seguro para hablar sobre emociones, miedos y valores, ayudando a los niños a comprender sus propios sentimientos.
  5. Estimula la imaginación y creatividad: A través de la narración, los niños exploran nuevos mundos, personajes y situaciones que fomentan su creatividad y curiosidad.
  6. Promueve el amor por la lectura: Cuando la lectura se presenta como una actividad divertida y afectuosa, los niños desarrollan un aprecio duradero por los libros y el aprendizaje.

Consejos para hacer la lectura antes de dormir más placentera

  • Elige libros apropiados para su edad: Selecciona historias que se adapten a la edad, intereses y nivel de comprensión del niño.
  • Crea un ambiente acogedor: Un espacio tranquilo y cómodo con iluminación tenue mejora la experiencia de la lectura nocturna.
  • Haz la lectura interactiva: Usa diferentes voces, expresiones faciales y preguntas para hacer la historia más atractiva y dinámica.
  • Sigue una rutina constante: Leer a la misma hora cada noche ayuda al niño a asociar la actividad con el momento de relajarse y dormir.
  • Permite que el niño participe: Anímalo a elegir libros, pasar las páginas o predecir lo que sucederá a continuación para mantener su interés.

Canalizar las habilidades de tus hijos

Cuando somos pequeños, no somos conscientes de lo extraordinarios que somos. Todo es nuevo para nosotros y no logramos reconocer que algunas de nuestras habilidades son únicas y maravillosas. En ese momento dependemos de nuestros padres para que nos den un apoyo extra, para que nos ayuden a canalizar esas habilidades que ven despertar en nosotros y orientarlas hacia algo positivo. Ya sea una habilidad artística, científica o algo completamente diferente, los niños, entre más exploran el mundo, más descubren, reconociendo así novedades constantes que nosotros, como adultos, no solemos notar con tanta frecuencia.

Cuando somos padres, nos cuesta ponernos de nuevo en los zapatos de nuestros hijos. Después de todo, ya crecimos, ya tenemos nuevas responsabilidades y, a veces, priorizar el bienestar de nuestros hijos desde nuestra perspectiva adulta nos impide ver el mundo a través de sus ojos.

Pero es normal, a todos nos pasa. Si fuéramos perfectos, este mundo sería mucho más fácil y todos tendrían hijos. Sin embargo, hay momentos en los que la vida nos pone retos en el camino, y a veces ese reto es un rompecabezas. No podemos ver la imagen completa hasta que terminamos de armarlo, y todas esas piezas que no entendíamos cómo encajaban, al final, forman una imagen hermosa.

Para hablar sobre este tema, quiero contarles una historia.

Pepe es un niño de unos 6 o 7 años bastante inquieto en la escuela. Aunque está muy interesado en aprender, sus padres reciben constantes llamadas porque él no logra concentrarse en clase y termina distrayendo a sus compañeros. Sus padres creen que es algo relativamente normal. «Es un niño, simplemente tiene energía de sobra», piensan, así que no le dan demasiada importancia. Solo le dicen que preste más atención en clase y continúan con su rutina diaria.

Por las tardes, Pepe asiste a un grupo de tutoría donde le ayudan con sus tareas. Un día, llega un poco más ansioso de lo habitual. Y, ¿cómo no? Sus padres lo regañaron y él no entiende bien qué hizo mal. Su profesora nota su carita larga y le pregunta qué sucede.

—Hoy me regañaron porque dicen que me distraigo mucho en clases —responde Pepe con tristeza.

La profesora, que lo conoce bien, se sorprende. Sabe que Pepe es un niño atento y curioso, así que algo no cuadra. Entonces, le hace una pregunta clave:

—¿Tú sientes que te distraes? ¿Qué crees que la profesora ve cuando no estás prestando atención?

Pepe se queda pensando. No es una pregunta fácil para un niño tan pequeño, pero hace su mejor esfuerzo y responde:

—Siempre que estoy en clase de matemáticas y me dan un problema, lo dibujo en mi mente para poder resolverlo. Me parece mucho más fácil, pero creo que me tardo en dar la respuesta y la profesora cree que estoy pensando en otra cosa.

—¿Y en la clase de español? —pregunta la maestra.

—Trato de dibujar siempre la teoría para no olvidarla. ¡Mira!

Pepe le muestra a la profesora un dibujo muy lindo. A simple vista, podría parecer un simple garabato, pero la realidad es que Pepe estaba ilustrando la estructura de las oraciones: el sujeto, el verbo y el predicado. Fue en ese momento que la profesora tuvo una revelación.

Quiero dejar aquí la historia para que cada lector saque sus propias conclusiones por unos minutos. No todos nos daríamos cuenta de inmediato.

Ahora, antes de llegar a una pequeña conclusión, quiero mencionar algo importante. Toda la vida nos han presentado la escuela como un espacio de educación vertical: cada año subimos de nivel, debemos aprender los mismos temas en la infancia y, si triunfamos en este sistema, seremos inteligentes y adquiriremos el conocimiento básico para la vida. Y, en efecto, la escuela es valiosa y nos brinda aprendizajes maravillosos. PERO, y esto es clave: no siempre canaliza bien nuestras habilidades para aprender de la mejor manera.

Hemos hablado muchas veces de que cada niño es un mundo diferente. De la misma manera, no todos aprenden al mismo ritmo ni con los mismos métodos. Es comprensible que en un colegio sea difícil personalizar la enseñanza para cada estudiante, y también lo es para los profesores identificar las habilidades particulares de cada alumno cuando tienen tantos a su cargo.

Lo que quiero decir con todo esto es que Pepe no era desatento, ni hiperactivo, ni le faltaba disciplina. Pepe simplemente descubrió una forma de aprender que nadie le había enseñado: a través del dibujo.

A veces nos cuesta salirnos de lo tradicional y explorar nuevas formas de enseñar porque desconocemos lo que hay más allá. Pero creo que el llamado a la acción hoy es sencillo: escuchemos más a nuestros hijos. Hagamos preguntas, aunque no estemos seguros de si tendrán una respuesta. Nos pueden sorprender.

Si vemos que nuestros hijos tienen dificultades de aprendizaje, observemos. Antes de asumir que «no es aplicado» o «no presta atención», preguntémonos: ¿será que el método de enseñanza de la escuela no es el mejor para él? Pongámonos en sus zapatos. Recordemos cómo era estar en la escuela y preguntémonos: si mis habilidades hubieran sido canalizadas de forma diferente, ¿dónde estaría hoy?

Ser padre no tiene manual

Si la vida viniera con un manual de instrucciones, estoy segura de que los padres serían los primeros en pedirlo en Amazon con envío express. Pero la realidad es que criar a un hijo es el equivalente a armar un mueble de IKEA: sin herramientas, sin instrucciones y con piezas de sobra que no sabes dónde van (pero que, misteriosamente, sí eran necesarias).

Creciendo, era fácil pensar que los adultos lo tenían todo resuelto. ¿Y cómo no? Sabían exactamente como pedir una pizza por telefono, cómo sacar una cita medica,  cómo llenar cualquier formulario y por qué no debíamos nadar con el estomago lleno. Pero luego creces y te das cuenta de que tus padres estaban improvisando con la mejor cara de confianza que podían fingir. Resulta que la adultez no viene con una epifanía mágica; que de repente cuando naces les hace saberlo todo, sino con una serie de intentos, errores y aprendizajes en el camino.

Desde la perspectiva de una hija, con el tiempo he llegado a entender que ser padre es una ecuación imposible de resolver, y no crean que lo digo a la ligera; ni de una mala manera. Sino porque cada hijo es un mundo, con sus propias manías, sus demandas emocionales que cambian con las fases de la luna, y sus traumas inexplicables (como el miedo irracional a los payasos, al monstruo del closet que no existe o simplemente al brócoli). No hay una única manera de ser buen padre, porque no hay una única manera de ser hijo. Y, además, lo que funcionó con un hijo probablemente no funcione con otro. Así que no es solo que no haya manual, sino que, si lo hubiera, necesitaría ser reescrito en cada hogar, en cada generación y, a veces, cada lunes por la mañana.

Últimamente me he convertido en una persona más observadora de lo normal. Quizá sea el crecer, el rodearme de un nuevo bebé o simplemente porque he llegado a reflexionar y valorar más el esfuerzo de mis padres. Pero me he dado cuenta de que nadie sabe qué hacer cuando tiene en sus manos la vida de una persona nueva en este planeta. Pensemoslo de esta manera: he escuchado múltiples consejos que dan a las madres, diferentes generaciones de opiniones que, de vez en cuando, se contradicen y que, siendo muy honesta, no sé qué tan reales y acertadas sean.

Mi yo existencialista se pregunta al escribir esto: ¿Qué hicieron mis padres para que saliera como salí? ¿Qué tanto aporté yo en mi desarrollo? ¿Ayudó no ver televisión entre semana? ¿Qué sería de mí si me gustaran los champiñones? ¿Qué pasaría si de repente cada aspecto de mi personalidad fuera diferente?  ¿A quién le damos la razón de la buena crianza? A NADIE! Nadie tiene la razón a la hora de criar un hijo. Y seguro una de las dudas más grandes de una persona que espera un bebé es: ¿cómo voy a hacer para que esta persona, que va a tener su vida en mis manos, crezca y sea un buen ser humano?

Uno de los momentos en que realmente entendí esto fue cuando me di cuenta de que mis padres no eran solo «mis papás». Eran personas. Personas con sus propios miedos, inseguridades, sueños postergados y días en los que probablemente no querían lidiar con mis berrinches porque también tenían sus propias crisis. Personas que, además de ser padres, eran individuos con responsabilidades, con cuentas por pagar, con problemas en el trabajo y con días en los que simplemente no podían más. Y, sin embargo, ahí estaban, intentando hacer lo mejor posible, incluso cuando nadie les decía si lo estaban haciendo bien.

No hay manual porque cada familia es un experimento social único, donde nadie sabe realmente qué está haciendo, pero todos intentan lo mejor que pueden. Algunos días se gana, otros se sobrevive, y en la mayoría simplemente se aprende. En la vida de un padre lo importante es estar presente, aprender a pedir perdón cuando sea necesario y reírse de los errores cuando se pueda.

Así que si eres padre, guardian, responsable de una persona y te sientes perdido, recuerda esto: todos lo están. No hay rima ni razón exacta para criar a un hijo, porque cada hijo cambia las reglas del juego. Y si alguna vez dudas de si lo estás haciendo bien, piensa en esto: el simple hecho de preocuparte ya dice mucho. En esta locura de la crianza, el amor (y una buena dosis de paciencia) es lo más cercano a una brújula confiable.

Y si todo lo demás falla, siempre está la opción de fingir que sabes lo que haces… como lo hicieron nuestros padres con nosotros. 😉

El poder de ser vistos

Acaso ¿Quién de los seres humanos no hemos pasado por la infancia? ¿O cuántos niños y niñas se encuentran atravesando esa etapa del desarrollo? Para algunas personas puede ser la etapa más maravillosa, y para otras, representar un momento difícil de la vida. Todo depende de las experiencias y el contexto desarrollado, además de que esta nos prepara para la vida adulta.

Te cuento que, a lo largo de los años, han surgido muchas inquietudes y preguntas al respecto, y aún más cuando se trata de revisar el antes y el ahora para saber cómo debemos comportarnos o cuánto hemos avanzado como humanidad en lo que atae a la infancia. Estoy convencida de que muchos nos hemos preguntado, por ejemplo: ¿Cómo ha sido el desarrollo de los niños y niñas a través del tiempo? ¿Qué cambios significativos ha tenido esta etapa con respecto a las normas de comportamiento, y qué paralelos existen entre la época antigua y la actual? ¿Cuál ha sido el siglo más importante para el desarrollo de los niños? ¿Las familias en la antigüedad tenían mejor manejo de los hábitos de crianza en comparación con los niños de la actualidad? ¿Dónde fueron más tenidos en cuenta? ¿En qué siglo recibieron más afecto y reconocimiento? En fin, las inquietudes son muchas. Podemos decir que el interés particular radica en que podemos tener hijos, sobrinos, trabajar con niños y niñas o, ¿por qué no?, esta etapa de la vida nos atrapa de forma tan profunda que deseamos saber más de ella.

Pues sí, como afirmaba el escritor y poeta español Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana: “El hombre que no conoce su historia está condenado a repetirla”. Para no repetir posibles abandonos, indiferencias, maltratos y agresiones, es necesario reconocer esos vacíos, observar y analizar la historia y evolución del proceso de la infancia. Este ha sido progresivo, aunque lento. Haré un paréntesis importante: la historia debe revisarse para dar una mirada a lo mejor y más positivo de ella; también nos ayuda a avanzar.

Vamos a conversar sobre el tema de la infancia, un diálogo que ha surgido con diferentes pensadores a lo largo de la historia, dejándonos constructos importantes y aportes investigativos significativos. Diferentes autores han planteado que la información obtenida radica más en datos sobre las familias o en registros de violencia y maltrato hacia los niños, que en una revisión específica del sentir del niño frente a sus sentimientos y emociones, sus pensamientos o las acciones y contextos en su vida diaria.

Los adultos cumplimos una tarea importante al momento de vincularnos con nuestros niños y niñas, ya que la manera de acompañarlos privilegia su individualidad y sentir. Bien, abrimos con este primer tema un abanico frente al mundo de los niños y niñas. Para ello, tomaremos como base a estudiosos como Philippe Ariès, pionero en la investigación de la niñez; James Bossard, quien investigó sobre el mundo infantil y dejó en claro que la historia de la infancia nunca se ha escrito del todo; y otros como Pietro Paolo Vergerio, el teólogo español Rodrigo Sánchez de Arévalo, Lloyd de Mause, Sergio Vergara, Manuel Delgado y René Salinas.

Vamos al desarrollo de la historia para comprender lo tardío de dicho tema. Iniciemos por la antigüedad romana, donde se pasa de los clanes, linajes o familias gentilicias a lo que hoy conocemos como familia nuclear. Esta transición no se dio de forma rápida ni fácil, sino que fue un proceso complejo. En la antigüedad romana, los niños nacidos eran posados en el suelo esperando la aprobación del padre. La simbología utilizada indicaba que, si el padre elevaba al niño del suelo, este era aceptado por dicho padre y, por ende, por el clan; de allí ellos se encargarían de su crianza. Sin embargo, los niños que eran dejados en el suelo eran abandonados, exponiéndolos a una muerte segura (infanticidio). Igual situación se daba con los hijos de esclavos de la época, lo que refleja que los lazos de consanguinidad no eran importantes.

Ahora vamos a los siglos II y III. Por primera vez tiene lugar una institución llamada matrimonio, y se empieza a hablar del “cónyuge”. Se pasa de lo comunitario a lo particular, y los hijos cobran cierta importancia. La figura del concubinato empieza a ser moralmente inadecuada. La iglesia, históricamente, juega un rol importante, permitiendo que la familia y el matrimonio se conviertan en un sacramento sagrado. Para la época, no hay separación entre sexualidad y procreación como ocurría en la época romana.

En el siglo VI, la familia adquiere otros matices, siendo más vista desde los privilegios e intereses comerciales. La familia pasa a ser la “clientela”, y las alianzas se establecían con otras redes de clientelas. El primogénito garantizaba la continuidad del apellido y reforzaba las alianzas. Mientras más prole tenía una familia, más poder adquiría. Otra ventaja era que garantizaba la mano de obra. No obstante, en las familias con mayor poder adquisitivo, las mujeres se convertían en moneda de intercambio para consolidar el poder. Por otro lado, en las familias pobres, con menos recursos, persistía el infanticidio, a pesar de que ya no estaba legalizado. La ley, representada por la iglesia y el Estado, prohibía esta práctica, y los niños abandonados eran tutelados.

En los siglos X y XI, la cama del matrimonio adquiere gran importancia, perdiéndose relevancia para otros miembros de la familia, quienes dormían en camastros. En el siglo XII aparece la escuela, aunque aún no se tiene claridad sobre las etapas del desarrollo, tan significativas para la vida humana. En el siglo XIV, los niños de las clases nobles tienen derecho a un sepulcro, lo que denota que lentamente se va tejiendo la importancia de la infancia.

Los humanistas italianos de los siglos XIV y XV son pioneros en abordar el tema de la educación. San Isidoro diferencia varias etapas del desarrollo: el período infantil (0-7 años) y la mocedad o pueritia (7-14 años). Durante esta época, se advierte que los hijos deben nacer dentro del matrimonio; de lo contrario, se les clasifica como hijos naturales, ilegítimos o bastardos, con consecuencias legales y sociales.

Philippe Ariès sostiene que, hasta el siglo XVI, no existía una conciencia diferenciada sobre la infancia ni una sensibilidad social que permitiera su desarrollo pleno. El autor propone estudiar la infancia desde un enfoque socio-cultural. La historia de la infancia, desde el siglo XVIII hasta la actualidad, está constituida por una mezcla de ternura y severidad. En Francia se educaba con ternura, mientras que en Inglaterra predominaba la severidad. Según Ariès, en la sociedad tradicional el amor y el afecto no eran prioritarios. Los sentimientos hacia los niños eran superficiales y muchas veces eran criados por nodrizas e institutrices. En la sociedad moderna, la familia empezó a organizarse en torno al niño.

Autores como Edward Shorter y Lawrence Stone se enfocaron en las realidades materiales y el trato cotidiano hacia los niños. En el siglo XIX, la relación madre-hijo se extendió desde las clases medias hasta los sectores populares, mejorando la calidad de vida. En el siglo XX, los niños comenzaron a ser considerados sujetos económicamente valiosos. La Convención sobre los Derechos del Niño (1989) marcó un punto de inflexión, reconociéndolos como sujetos de derechos.

Tras este extenso viaje por los siglos, podemos ver que nos ha tomado más de mil ochocientos años darles a los niños un lugar de respeto, oportunidades y amor.

Bibliografía

Flores, J. R. (2001). Los niños y su historia: Un acercamiento conceptual y teórico desde la historiografía. Pensamientocrítico. Revista Electrónica de Historia.

Sosenski, S. (2015). Enseñar historia de la infancia a los niños y niñas: ¿Para qué? Tempo e Argumento, 132-154.