Hay películas que nos hacen llorar, reír y luego llorar de nuevo… pero con estilo acuático. Buscando a Nemo no es solo la historia de un pez pequeño con una aletita más corta, ni de un papá sobreprotector nadando medio océano. Es, en realidad, una gran metáfora sobre el miedo, la autonomía, la resiliencia, y el eterno dilema de dejar ir… todo, envuelto en burbujas, anémonas y tortugas surfistas.
Cuando miramos esta historia desde los ojos de la psicología infantil, se vuelve una guía emocional para papás, mamás y cuidadores que, como Marlin, tienen el impulso (natural) de proteger a toda costa. ¿Quién no ha sentido ese miedo paralizante cuando un hijo se aleja un poquito más de lo que quisiéramos? Pero ahí es donde entra la magia (y la necesidad) de permitir que los niños vivan, se equivoquen, exploren, se pierdan un poquito… y encuentren su rumbo.
Desde el enfoque de Vygotsky, podemos entender que Nemo se enfrenta a una zona de desarrollo próximo. Él quiere probarse a sí mismo, y aunque necesita aún de figuras adultas que lo orienten, también necesita retos reales que lo saquen de su pecera emocional. En este caso, su mayor aprendizaje no está en las clases escolares del arrecife, sino en el vasto mar lleno de medusas, tiburones vegetarianos y pelícanos sociables. Porque así como lo plantea la teoría sociocultural, el desarrollo ocurre en la interacción y en el contexto. Y Nemo, sin duda, tuvo uno bastante estimulante.
Por otro lado, Marlin, el padre, transita su propio viaje emocional. En psicología, hablamos de “ansiedad parental”, ese miedo constante de que algo les pase a nuestros hijos. Lo entendemos, lo validamos… pero también lo desafiamos. Porque criar no es encerrar en una burbuja, sino preparar para nadar en el mar abierto. Marlin tiene que aprender a confiar no solo en Nemo, sino también en el mundo y en su capacidad de enfrentar lo inesperado.
¿Y Dory? Dory es la amiga que todos necesitamos, incluso si olvida lo que acaba de decir. Representa la importancia del apoyo social, del optimismo casi ingenuo y del “sigue nadando” como mantra vital. Además, nos muestra otra cara: la neurodivergencia. Aunque su memoria a corto plazo es limitada, Dory aporta soluciones, compañía, creatividad y una mirada única sobre los problemas. Ella no necesita “arreglarse” para encajar el entorno, más bien, aprende a relacionarse con ella desde el afecto y la empatía. Punto para la inclusión.
Esta película también habla del duelo: Marlin ha perdido a su pareja y a casi todos sus hijos. Su sobreprotección viene de un lugar de dolor. Y Nemo, aunque no lo entienda del todo, lo vive en esa falta de libertad. Es un recordatorio de que los niños perciben el dolor no dicho, las heridas no sanadas, y que muchas veces esas emociones se cuelan en la crianza sin que nos demos cuenta. Hablar de lo que duele, y sanar, también es criar.
Al final, Buscando a Nemo nos propone una lección sencilla, pero compleja de aplicar: amar no es controlar, sino confiar. Y criar no es evitar que vivan, sino acompañar mientras aprenden a nadar por sí mismos. Es, literalmente, ir soltando las aletitas de a poquito.
Así que si tu hijo hoy quiere explorar, equivocarse o tener su propia aventura en el mar del colegio, del parque o de su propia imaginación, recuerda: “sigue nadando”. Con él, con ella, contigo.


