Soul: cuando la vida no necesita propósito, sino presencia

Hay películas que uno ve con los ojos, pero se quedan viviendo en el pecho. Soul es una de esas. Nos habla del sentido de la vida, del miedo a no cumplir una “misión”, del vértigo que da pensar que venimos al mundo a algo… y que aún no lo hemos hecho. ¿Y si resulta que la vida no era un destino, sino un paseo?

Joe Gardner, el protagonista, es un músico de jazz frustrado que, como tantos adultos (y muchos adolescentes también), ha internalizado la idea de que su vida solo tiene valor si logra cumplir su “propósito”. En otras palabras, cree que su identidad se define por su vocación. Esta es una noción muy extendida en nuestra cultura y que la psicología —desde Viktor Frankl hasta Erikson— ha problematizado: ¿qué pasa cuando nuestra identidad está atada a una sola función? ¿Y si no la cumplimos? ¿Y si sí… pero no sentimos nada?

Joe vive en el estadio que Erikson llamó generatividad vs estancamiento, típico de la adultez media: una lucha interna entre dejar huella en el mundo o sentir que uno solo sobrevive. Joe quiere trascender, pero en esa búsqueda se olvida de vivir. La película lo enfrenta, literalmente, con la muerte para obligarlo a ver su vida desde afuera.

Y aquí aparece el alma 22. Un ser que no quiere nacer, que no le ve sentido a la existencia humana. Y, aunque parezca raro, representa a muchos niños y adolescentes que no encajan, que no se sienten “apasionados por nada”, que temen vivir porque sienten que no tienen “chispa”. Pero la película da un giro brillante: esa chispa no es un propósito, sino la disposición a vivir. No hay que nacer sabiendo para qué vinimos. Basta con querer intentarlo.

Desde la teoría de Lev Vygotsky, podríamos decir que 22 necesita un andamiaje emocional para animarse a vivir. Joe, sin saberlo, le brinda ese acompañamiento: le permite explorar, sentir, probar el mundo con curiosidad. Al principio, 22 se niega a bajar a la Tierra porque cree que no tiene lo necesario. Pero, en realidad, el problema no es ella: es el sistema que la ha hecho creer que tiene que brillar desde el primer día.

Uno de los momentos más hermosos es cuando Joe, después de lograr “su gran sueño” (tocar con Dorothea Williams), se da cuenta de que no se siente distinto. Que ese momento que esperaba con ansias no cambió su alma. Solo fue… un momento. Y es ahí donde Soul nos da su lección más fuerte: no se trata de una gran realización, sino de una suma de pequeñas vivencias. No es la noche del concierto, es el rayo de sol en la cara, la hoja que cae, el sabor de una pizza, la risa compartida.

La película también toca, aunque de forma sutil, el síndrome del impostor, el miedo al fracaso y la ansiedad por el futuro: fenómenos muy comunes en los jóvenes hoy. Joe teme no ser lo suficientemente bueno. 22 teme ser “demasiado nada”. Y en medio de eso, ambos descubren que lo importante no es ser excepcional, sino estar presente.

Soul es, en el fondo, una película sobre el aquí y el ahora. Nos recuerda que vivir no es lograr, sino sentir. Que el sentido no se encuentra en una meta lejana, sino en la conciencia plena del momento. Como diría Jon Kabat-Zinn desde el mindfulness: “Mientras estás vivo, hay más cosas que están bien que mal contigo”.

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