Coco: cuando recordar es amar y hablar de la muerte es hablar de la vida

Hay películas que llegan al corazón, y luego está Coco, que llega al corazón, lo exprime con una canción y te devuelve una versión más blandita de ti mismo. Pero más allá del nudo en la garganta que nos deja cada vez que suena “Recuérdame”, esta historia animada es una mina de oro emocional para explorar con nuestros hijos temas que normalmente evitamos: el duelo, el legado familiar y la importancia de ser uno mismo incluso cuando eso va en contra de lo que “se espera” de ti.

Empecemos por lo más difícil: la muerte. Coco se mete en ese tema como quien se lanza al agua sin probarla antes. Y lo hace bien. Nos muestra un mundo donde los muertos no son sinónimo de miedo, sino de memoria, de amor sostenido a través del tiempo. Desde una perspectiva psicológica, esto es valiosísimo: los niños necesitan referentes seguros para hablar de la muerte, y Coco ofrece una narrativa amable, simbólica y profundamente respetuosa.

El Día de los Muertos en la película es mucho más que una tradición colorida: es un ritual de continuidad emocional. Y aquí es donde entra el concepto de duelo sano. En psicología, entendemos el duelo no como un estado a superar, sino como un proceso de transformación del vínculo. Dejamos de tener a esa persona físicamente, pero no emocionalmente. Y eso es lo que Coco enseña con una dulzura que derrite. “Mientras me recuerdes, estaré contigo” es, ni más ni menos, una definición perfecta del amor que trasciende.

Ahora hablemos de Miguel, el protagonista. Un niño con un deseo profundo de ser él mismo, de encontrar su voz, de tocar la guitarra aunque eso rompa con años de historia familiar de rechazo a la música. Miguel representa la búsqueda de identidad, algo esencial en el desarrollo infantil. Desde pequeños, los niños necesitan espacios para explorar lo que les gusta, lo que les apasiona, lo que los hace únicos. Y muchas veces, esto choca con mandatos familiares o culturales que no han sido cuestionados.

La familia Rivera, en su afán por proteger y mantener su estructura, borra una parte importante de su historia: la figura de Héctor, el músico real, el papá desaparecido, el que fue expulsado del relato familiar. Esta negación es clave: en psicología transgeneracional hablamos de los excluidos, esos miembros de la familia que fueron silenciados o “olvidados” porque su historia dolía demasiado. Y eso, irónicamente, hace que su ausencia pese aún más.

La gran enseñanza aquí es que cuando negamos partes de nuestra historia, también negamos partes de nosotros mismos. Coco muestra cómo sanar la historia familiar requiere valentía, curiosidad y compasión, incluso hacia quienes cometieron errores.

Y no podemos hablar de Coco sin hablar de la abuela Imelda y la bisabuela Coco. ¡Qué personajes! Imelda es la fuerza del linaje, la mujer que se sostuvo a punta de costura y carácter. Coco, en cambio, es la dulzura silenciosa, la portadora de la memoria más íntima. Cuando Miguel canta “Recuérdame” y ella reacciona, estamos viendo cómo la música, los recuerdos y el afecto tienen el poder de conectar incluso cuando la mente empieza a fallar. Un guiño precioso a quienes acompañan a personas mayores con enfermedades como el Alzheimer, y una excusa perfecta para hablar con nuestros hijos sobre el envejecimiento y la memoria sin que dé miedo.

Y claro, también está Dante, el perro alebrije que nos recuerda que los lazos emocionales no entienden de especie, y que incluso en el caos hay guía, amor y compañía. Porque sí, hasta el perro tiene una dimensión emocional que suma.

Esta pelicula es una invitación a abrazar nuestra historia, a recordar a los que ya no están, a cuestionar lo que nos dijeron que debíamos ser, y a cantar alto aunque a algunos les moleste el ruido. Desde la psicología, es una herramienta maravillosa para hablar con los niños de esos temas difíciles que a veces los adultos evitamos… como si no hablar los hiciera desaparecer. Spoiler: no desaparecen. Pero si los abordamos con cariño, sí se transforman.

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