Hansel y Gretel: migajas, miedos y mucha astucia en el bosque de la infancia

Ah, Hansel y Gretel. Ese cuento que nos contaban de pequeños y que, si lo pensamos bien, es todo menos relajante. Dos niños abandonados en el bosque, una casa hecha de dulces, una bruja con problemas serios de límites personales y un horno como amenaza constante. Y sin embargo, generación tras generación seguimos leyéndolo. ¿Por qué? Porque debajo de esa superficie tan intensa, hay mucho más que un cuento para asustar: hay una aventura psicológica sobre la astucia, la resiliencia y el valor de los vínculos familiares.

Desde los ojos de un niño, Hansel y Gretel es pura tensión emocional y fascinación sensorial. Una historia donde el bosque representa el miedo a lo desconocido (ese lugar donde papá y mamá ya no están) y donde el peligro se disfraza de caramelo. Porque claro, ¿qué puede ser más tentador que una casita hecha de galleta y azúcar glas? Es como si alguien hubiera metido un parque de diversiones en medio del trauma.

Pero este cuento no solo despierta el hambre (emocional y literal), sino que activa muchos de los grandes temas del desarrollo infantil. Por un lado, la confianza en uno mismo: Hansel y Gretel tienen que encontrar el camino de regreso en un mundo que se siente hostil, tomar decisiones, equivocarse, volver a intentar. Por otro lado, la relación entre hermanos se vuelve el motor de la historia: se cuidan, se salvan, se apoyan, y eso en la infancia es oro puro. Los cuentos donde los adultos no cumplen su rol protector —como en este caso— permiten que los niños fantaseen con que, incluso en el abandono, pueden encontrar recursos propios para salir adelante.

Y hablando de adultos… qué decir de la bruja. Un personaje que en el imaginario infantil representa el peligro disfrazado de dulzura. Es como ese comercial de dulces que te promete felicidad pero no te dice que después viene la hiperactividad y el dolor de estómago. La bruja es controladora, manipuladora, y por supuesto, peligrosa. Pero lo maravilloso del cuento es que no tiene la última palabra: es vencida por la inteligencia y la valentía de Gretel, quien toma la iniciativa y demuestra que los niños también pueden ser protagonistas activos de su propio destino.

¿La moraleja? Que no todo lo que brilla (o en este caso, lo que se derrite con el calor) es seguro. Que crecer implica enfrentar miedos, y que, a veces, hay que dejar de seguir migajas ajenas y aprender a trazar nuestro propio camino, aunque sea entre árboles gigantes y amenazas disfrazadas.

Hansel y Gretel nos muestran que los niños tienen una capacidad impresionante de adaptarse, de sobrevivir emocionalmente y de cuidarse entre ellos. Es un cuento que, más allá de su estética sombría, nos permite conversar con los niños sobre el miedo, la confianza, el peligro y la importancia de la unión.

Así que sí, puede parecer un cuento oscuro, pero en el fondo es una metáfora poderosa del desarrollo emocional infantil. Y un recordatorio para nosotros, los adultos, de que muchas veces lo que los niños más necesitan no es un camino de migas… sino una mano que los acompañe en su aventura por el bosque.

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