Si la primera Intensamente nos enseñó que la tristeza también era importante, Intensamente 2 llega para recordarnos algo más difícil de aceptar: crecer duele. Y no porque sea trágico, sino porque implica perder versiones de uno mismo, convivir con emociones nuevas, y vivir —por primera vez— un desorden emocional que no se puede explicar con emojis.
Riley tiene ahora 13 años. Y lo que parece un pequeño salto en edad es, desde la psicología del desarrollo, un terremoto hormonal, neurológico y social. Comienza la adolescencia, y con ella, una reconfiguración completa del cerebro emocional. Aparecen emociones más complejas: Ansiedad, Envidia, Vergüenza, y Ennui (ese hastío adolescente con acento francés que no sabíamos que tenía nombre). Son emociones que no vienen a reemplazar a Alegría, Tristeza o Furia, sino a desorganizar el sistema por completo… porque crecer es eso: reordenar desde el caos.
Desde el enfoque de Erik Erikson, esta etapa del desarrollo se llama búsqueda de identidad vs. confusión de roles. Riley ya no es solo una niña feliz que juega hockey. Ahora empieza a preguntarse quién es, quién quiere ser, quién la ven como sus amigas, qué piensa la gente, cómo encajar sin dejar de ser ella. Es el inicio del torbellino adolescente, donde la construcción del “yo” es un rompecabezas que cambia de forma cada día.
En este contexto aparece Ansiedad como la protagonista emocional. Y no es casual. Desde la neurociencia, sabemos que la amígdala (el centro del miedo) se vuelve especialmente activa en la adolescencia. Todo se vuelve más intenso, más personal, más peligroso. Lo que antes era un error ahora es una catástrofe social. Lo que antes era una emoción pasajera ahora es una montaña rusa interna. Ansiedad, en la película, no es la villana. Es una emoción que quiere ayudar, que intenta anticiparse a los peligros, pero termina sobrecontrolando todo. Exactamente como sucede en la vida real.
Intensamente 2 también presenta otro cambio fascinante: la deconstrucción del “yo”. En la primera película, Joy nos mostraba las Islas de la Personalidad. En esta, descubrimos el Sentido del Yo, que no es algo sólido sino un cristal en construcción, lleno de creencias internas que se activan con emociones. Riley ya no se define solo por lo que hace, sino por lo que cree de sí misma. “Soy una buena amiga”, “Soy una buena jugadora”, “Soy alguien con quien se puede contar”… Hasta que la ansiedad empieza a cuestionar cada una.
Esto conecta directamente con el concepto de autoesquemas: las creencias que tenemos sobre quiénes somos. Cuando esos autoesquemas se ven amenazados (porque perdemos un partido, porque nos peleamos con una amiga, porque nos rechazan), sentimos que se tambalea nuestra identidad entera. Riley vive esa crisis. Y como muchos adolescentes, intenta adaptarse. Se esconde detrás de lo que cree que los demás quieren ver. Se aleja de lo que era. Se “traiciona” para pertenecer.
Pero la película, con la dulzura emocional que solo Pixar logra, nos recuerda algo vital: no podemos construir una identidad saludable si excluimos nuestras emociones incómodas. Alegría se da cuenta de que no puede enterrar las emociones difíciles. Literalmente. Las había mandado al fondo. Pero sin ellas, el “yo” de Riley se vuelve frágil, falso, ansioso.
¿La solución? Integrar. Dejar que todas hablen. Que la tristeza tenga voz. Que la vergüenza se asome. Que la ansiedad no tome el control, pero que tampoco sea expulsada. Porque formar una identidad saludable es aprender a convivir con todo lo que somos. No solo con lo bonito.
Intensamente 2 no es solo una secuela. Es una lección emocional. Nos enseña que crecer no es dejar de ser quienes fuimos, sino integrar versiones nuevas, aceptar emociones nuevas, y entender que el yo no se define por el control, sino por la conexión.
Y sí: a veces, para crecer, primero hay que desmoronarse un poquito por dentro.
