La etapa de las operaciones concretas

La etapa de las operaciones concretas, que abarca aproximadamente de los 7 a los 11 años, marca un antes y un después en el desarrollo cognitivo infantil. Jean Piaget la describió como el momento en que los niños dejan de estar completamente inmersos en su mundo interno para comenzar a entender el mundo externo con una lógica propia. Es decir, pasan de ser pequeños poetas de la fantasía a ser pequeños científicos del pensamiento concreto. Aún no manejan ideas abstractas con facilidad, pero ya pueden resolver problemas reales, entender relaciones de causa y efecto, y sorprenderte con preguntas como: «Si el agua se evapora, ¿dónde se va?» o «¿Por qué el tiempo pasa más rápido los fines de semana?» (pregunta que, por cierto, los adultos seguimos sin poder responder con claridad).

Una de las habilidades clave que emergen en esta etapa es la conservación: el niño comprende que ciertas propiedades de los objetos se mantienen aunque cambie su apariencia. Es decir, si pasas la misma cantidad de jugo de un vaso alto a uno bajito y ancho, ya no entra en pánico creyendo que le diste menos. La matemática básica empieza a tener sentido y los niños se vuelven pequeños auditores de justicia, contando cada dulce con la precisión de un contador experimentado. Si hay una dulce extra, se sabe que tiene que repartirse equitativamente… a menos que puedan negociar un «me la gané porque lavé los platos”.

En este período, también aparece la capacidad de seriación (que es ordenar objetos según una característica como tamaño o peso) y clasificación . Los niños ya entienden que un perro es un animal, pero no todos los animales son perros (increíble pero cierto). Su pensamiento se vuelve reversible, lo que les permite entender que si 3+2=5, entonces 5-2=3. Un logro monumental que, aunque suene simple, representa un salto gigantesco desde el pensamiento mágico de etapas anteriores.

Lev Vygotsky, por su parte, sigue subrayando en esta etapa la importancia de la interacción social como motor del desarrollo cognitivo. Para él, el aprendizaje sigue estando profundamente influenciado por el entorno cultural y social del niño. Aquí, la «Zona de Desarrollo Próximo» se vuelve más sofisticada, porque el niño ahora puede participar en actividades más complejas con la guía adecuada. Vygotsky no solo habla de aprender a hacer, sino de aprender a pensar de una manera nueva, más reflexiva y colaborativa. Por eso, un adulto que plantea preguntas provocadoras como «¿Y tú qué opinas?», o que propone juegos de estrategia, ayuda a cultivar un pensamiento más crítico y estructurado.

El lenguaje sigue siendo una herramienta esencial. Ahora los niños no solo narran lo que hacen mientras juegan, sino que también empiezan a usar el lenguaje para planear, reflexionar y argumentar. Si antes decían «es así porque yo digo», ahora te sueltan un razonamiento digno de una junta directiva: «Si mi hermana tuvo dos helados esta semana y yo solo uno, entonces me corresponde otro para que estemos a mano». Bienvenidos a la era del pensamiento moral incipiente, donde el concepto de justicia se convierte en una filosofía de vida.

Socialmente, esta etapa es el momento dorado de las amistades. Los niños forman grupos, equipos y clubes secretos. Las reglas del juego ya no cambian a mitad del partido (bueno, casi nunca), y los conflictos entre pares se vuelven oportunidades para practicar la negociación, la empatía y el liderazgo. Aprenden que pueden llevarse bien incluso con quien no piensa igual, y que ser parte de un grupo también implica responsabilidades, como compartir, respetar turnos y no hacer trampa descaradamente (aunque siempre hay uno que lo intenta).

En el plano académico, esta etapa es clave para consolidar habilidades de lectura, escritura y resolución de problemas. Los niños comienzan a ver el estudio no solo como una actividad obligatoria, sino como una forma de descubrir cómo funciona el mundo. Aparecen intereses más definidos: algunos se enamoran de la ciencia, otros de los mapas, otros del arte, y otros de aprender datos random como cuánto pesa un elefante o qué pasó en el año 3500 a.C. (spoiler: no mucho, pero ellos quieren saberlo igual).

Y como ya es costumbre, volvamos al eterno dilema de la galleta. En esta etapa, la discusión ya no gira en torno a si una galleta rota es menos valiosa o si una parte es más grande. Ahora la cosa se pone seria: «Si hay cuatro galletas y somos tres, hay una que sobra. Pero si yo lavé la loza ayer y nadie me ayudó, creo que tengo derecho a la extra». Sí, estamos ante una evolución moral: el nacimiento del razonamiento utilitarista infantil. Y si hay un debate, vendrá con argumentos, cifras, antecedentes y quizás incluso una pequeña huelga de brazos cruzados en señal de protesta.

La etapa de las operaciones concretas es, en resumen, una etapa donde los niños se convierten en exploradores lógicos del mundo, guiados por una mezcla de curiosidad, deseo de justicia y ganas de entender cómo funcionan las cosas. Y aunque ya no crean que sus juguetes tienen alma (bueno, algunos todavía), ahora creen firmemente en la equidad, en las reglas claras y en que toda buena discusión debe terminar con una galleta… o dos, si el argumento fue  lo suficientemente sólido.

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