Ser padre no tiene manual

Si la vida viniera con un manual de instrucciones, estoy segura de que los padres serían los primeros en pedirlo en Amazon con envío express. Pero la realidad es que criar a un hijo es el equivalente a armar un mueble de IKEA: sin herramientas, sin instrucciones y con piezas de sobra que no sabes dónde van (pero que, misteriosamente, sí eran necesarias).

Creciendo, era fácil pensar que los adultos lo tenían todo resuelto. ¿Y cómo no? Sabían exactamente como pedir una pizza por telefono, cómo sacar una cita medica,  cómo llenar cualquier formulario y por qué no debíamos nadar con el estomago lleno. Pero luego creces y te das cuenta de que tus padres estaban improvisando con la mejor cara de confianza que podían fingir. Resulta que la adultez no viene con una epifanía mágica; que de repente cuando naces les hace saberlo todo, sino con una serie de intentos, errores y aprendizajes en el camino.

Desde la perspectiva de una hija, con el tiempo he llegado a entender que ser padre es una ecuación imposible de resolver, y no crean que lo digo a la ligera; ni de una mala manera. Sino porque cada hijo es un mundo, con sus propias manías, sus demandas emocionales que cambian con las fases de la luna, y sus traumas inexplicables (como el miedo irracional a los payasos, al monstruo del closet que no existe o simplemente al brócoli). No hay una única manera de ser buen padre, porque no hay una única manera de ser hijo. Y, además, lo que funcionó con un hijo probablemente no funcione con otro. Así que no es solo que no haya manual, sino que, si lo hubiera, necesitaría ser reescrito en cada hogar, en cada generación y, a veces, cada lunes por la mañana.

Últimamente me he convertido en una persona más observadora de lo normal. Quizá sea el crecer, el rodearme de un nuevo bebé o simplemente porque he llegado a reflexionar y valorar más el esfuerzo de mis padres. Pero me he dado cuenta de que nadie sabe qué hacer cuando tiene en sus manos la vida de una persona nueva en este planeta. Pensemoslo de esta manera: he escuchado múltiples consejos que dan a las madres, diferentes generaciones de opiniones que, de vez en cuando, se contradicen y que, siendo muy honesta, no sé qué tan reales y acertadas sean.

Mi yo existencialista se pregunta al escribir esto: ¿Qué hicieron mis padres para que saliera como salí? ¿Qué tanto aporté yo en mi desarrollo? ¿Ayudó no ver televisión entre semana? ¿Qué sería de mí si me gustaran los champiñones? ¿Qué pasaría si de repente cada aspecto de mi personalidad fuera diferente?  ¿A quién le damos la razón de la buena crianza? A NADIE! Nadie tiene la razón a la hora de criar un hijo. Y seguro una de las dudas más grandes de una persona que espera un bebé es: ¿cómo voy a hacer para que esta persona, que va a tener su vida en mis manos, crezca y sea un buen ser humano?

Uno de los momentos en que realmente entendí esto fue cuando me di cuenta de que mis padres no eran solo «mis papás». Eran personas. Personas con sus propios miedos, inseguridades, sueños postergados y días en los que probablemente no querían lidiar con mis berrinches porque también tenían sus propias crisis. Personas que, además de ser padres, eran individuos con responsabilidades, con cuentas por pagar, con problemas en el trabajo y con días en los que simplemente no podían más. Y, sin embargo, ahí estaban, intentando hacer lo mejor posible, incluso cuando nadie les decía si lo estaban haciendo bien.

No hay manual porque cada familia es un experimento social único, donde nadie sabe realmente qué está haciendo, pero todos intentan lo mejor que pueden. Algunos días se gana, otros se sobrevive, y en la mayoría simplemente se aprende. En la vida de un padre lo importante es estar presente, aprender a pedir perdón cuando sea necesario y reírse de los errores cuando se pueda.

Así que si eres padre, guardian, responsable de una persona y te sientes perdido, recuerda esto: todos lo están. No hay rima ni razón exacta para criar a un hijo, porque cada hijo cambia las reglas del juego. Y si alguna vez dudas de si lo estás haciendo bien, piensa en esto: el simple hecho de preocuparte ya dice mucho. En esta locura de la crianza, el amor (y una buena dosis de paciencia) es lo más cercano a una brújula confiable.

Y si todo lo demás falla, siempre está la opción de fingir que sabes lo que haces… como lo hicieron nuestros padres con nosotros. 😉

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