El poder de ser vistos

Acaso ¿Quién de los seres humanos no hemos pasado por la infancia? ¿O cuántos niños y niñas se encuentran atravesando esa etapa del desarrollo? Para algunas personas puede ser la etapa más maravillosa, y para otras, representar un momento difícil de la vida. Todo depende de las experiencias y el contexto desarrollado, además de que esta nos prepara para la vida adulta.

Te cuento que, a lo largo de los años, han surgido muchas inquietudes y preguntas al respecto, y aún más cuando se trata de revisar el antes y el ahora para saber cómo debemos comportarnos o cuánto hemos avanzado como humanidad en lo que atae a la infancia. Estoy convencida de que muchos nos hemos preguntado, por ejemplo: ¿Cómo ha sido el desarrollo de los niños y niñas a través del tiempo? ¿Qué cambios significativos ha tenido esta etapa con respecto a las normas de comportamiento, y qué paralelos existen entre la época antigua y la actual? ¿Cuál ha sido el siglo más importante para el desarrollo de los niños? ¿Las familias en la antigüedad tenían mejor manejo de los hábitos de crianza en comparación con los niños de la actualidad? ¿Dónde fueron más tenidos en cuenta? ¿En qué siglo recibieron más afecto y reconocimiento? En fin, las inquietudes son muchas. Podemos decir que el interés particular radica en que podemos tener hijos, sobrinos, trabajar con niños y niñas o, ¿por qué no?, esta etapa de la vida nos atrapa de forma tan profunda que deseamos saber más de ella.

Pues sí, como afirmaba el escritor y poeta español Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana: “El hombre que no conoce su historia está condenado a repetirla”. Para no repetir posibles abandonos, indiferencias, maltratos y agresiones, es necesario reconocer esos vacíos, observar y analizar la historia y evolución del proceso de la infancia. Este ha sido progresivo, aunque lento. Haré un paréntesis importante: la historia debe revisarse para dar una mirada a lo mejor y más positivo de ella; también nos ayuda a avanzar.

Vamos a conversar sobre el tema de la infancia, un diálogo que ha surgido con diferentes pensadores a lo largo de la historia, dejándonos constructos importantes y aportes investigativos significativos. Diferentes autores han planteado que la información obtenida radica más en datos sobre las familias o en registros de violencia y maltrato hacia los niños, que en una revisión específica del sentir del niño frente a sus sentimientos y emociones, sus pensamientos o las acciones y contextos en su vida diaria.

Los adultos cumplimos una tarea importante al momento de vincularnos con nuestros niños y niñas, ya que la manera de acompañarlos privilegia su individualidad y sentir. Bien, abrimos con este primer tema un abanico frente al mundo de los niños y niñas. Para ello, tomaremos como base a estudiosos como Philippe Ariès, pionero en la investigación de la niñez; James Bossard, quien investigó sobre el mundo infantil y dejó en claro que la historia de la infancia nunca se ha escrito del todo; y otros como Pietro Paolo Vergerio, el teólogo español Rodrigo Sánchez de Arévalo, Lloyd de Mause, Sergio Vergara, Manuel Delgado y René Salinas.

Vamos al desarrollo de la historia para comprender lo tardío de dicho tema. Iniciemos por la antigüedad romana, donde se pasa de los clanes, linajes o familias gentilicias a lo que hoy conocemos como familia nuclear. Esta transición no se dio de forma rápida ni fácil, sino que fue un proceso complejo. En la antigüedad romana, los niños nacidos eran posados en el suelo esperando la aprobación del padre. La simbología utilizada indicaba que, si el padre elevaba al niño del suelo, este era aceptado por dicho padre y, por ende, por el clan; de allí ellos se encargarían de su crianza. Sin embargo, los niños que eran dejados en el suelo eran abandonados, exponiéndolos a una muerte segura (infanticidio). Igual situación se daba con los hijos de esclavos de la época, lo que refleja que los lazos de consanguinidad no eran importantes.

Ahora vamos a los siglos II y III. Por primera vez tiene lugar una institución llamada matrimonio, y se empieza a hablar del “cónyuge”. Se pasa de lo comunitario a lo particular, y los hijos cobran cierta importancia. La figura del concubinato empieza a ser moralmente inadecuada. La iglesia, históricamente, juega un rol importante, permitiendo que la familia y el matrimonio se conviertan en un sacramento sagrado. Para la época, no hay separación entre sexualidad y procreación como ocurría en la época romana.

En el siglo VI, la familia adquiere otros matices, siendo más vista desde los privilegios e intereses comerciales. La familia pasa a ser la “clientela”, y las alianzas se establecían con otras redes de clientelas. El primogénito garantizaba la continuidad del apellido y reforzaba las alianzas. Mientras más prole tenía una familia, más poder adquiría. Otra ventaja era que garantizaba la mano de obra. No obstante, en las familias con mayor poder adquisitivo, las mujeres se convertían en moneda de intercambio para consolidar el poder. Por otro lado, en las familias pobres, con menos recursos, persistía el infanticidio, a pesar de que ya no estaba legalizado. La ley, representada por la iglesia y el Estado, prohibía esta práctica, y los niños abandonados eran tutelados.

En los siglos X y XI, la cama del matrimonio adquiere gran importancia, perdiéndose relevancia para otros miembros de la familia, quienes dormían en camastros. En el siglo XII aparece la escuela, aunque aún no se tiene claridad sobre las etapas del desarrollo, tan significativas para la vida humana. En el siglo XIV, los niños de las clases nobles tienen derecho a un sepulcro, lo que denota que lentamente se va tejiendo la importancia de la infancia.

Los humanistas italianos de los siglos XIV y XV son pioneros en abordar el tema de la educación. San Isidoro diferencia varias etapas del desarrollo: el período infantil (0-7 años) y la mocedad o pueritia (7-14 años). Durante esta época, se advierte que los hijos deben nacer dentro del matrimonio; de lo contrario, se les clasifica como hijos naturales, ilegítimos o bastardos, con consecuencias legales y sociales.

Philippe Ariès sostiene que, hasta el siglo XVI, no existía una conciencia diferenciada sobre la infancia ni una sensibilidad social que permitiera su desarrollo pleno. El autor propone estudiar la infancia desde un enfoque socio-cultural. La historia de la infancia, desde el siglo XVIII hasta la actualidad, está constituida por una mezcla de ternura y severidad. En Francia se educaba con ternura, mientras que en Inglaterra predominaba la severidad. Según Ariès, en la sociedad tradicional el amor y el afecto no eran prioritarios. Los sentimientos hacia los niños eran superficiales y muchas veces eran criados por nodrizas e institutrices. En la sociedad moderna, la familia empezó a organizarse en torno al niño.

Autores como Edward Shorter y Lawrence Stone se enfocaron en las realidades materiales y el trato cotidiano hacia los niños. En el siglo XIX, la relación madre-hijo se extendió desde las clases medias hasta los sectores populares, mejorando la calidad de vida. En el siglo XX, los niños comenzaron a ser considerados sujetos económicamente valiosos. La Convención sobre los Derechos del Niño (1989) marcó un punto de inflexión, reconociéndolos como sujetos de derechos.

Tras este extenso viaje por los siglos, podemos ver que nos ha tomado más de mil ochocientos años darles a los niños un lugar de respeto, oportunidades y amor.

Bibliografía

Flores, J. R. (2001). Los niños y su historia: Un acercamiento conceptual y teórico desde la historiografía. Pensamientocrítico. Revista Electrónica de Historia.

Sosenski, S. (2015). Enseñar historia de la infancia a los niños y niñas: ¿Para qué? Tempo e Argumento, 132-154.

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